lunes, 10 de mayo de 2010

Quien no vive para servir no sirve para vivir

“Quien no vive para servir no sirve para vivir”

En la vida se presentan situaciones que nos colocan en la posición que cada uno se merece. La vida misma nos da oportunidades que, en un determinado momento desperdiciamos o aprovechamos y, nos vamos colocando en un lugar que únicamente nosotros nos ganamos, pues nos vamos construyendo nuestro estatus.

El hecho de pertenecer a una sociedad nos lleva irremediablemente a una lucha con nuestros iguales aún sin proponérnoslo, porque la interacción y el contar con autoridades superiores hacen que se establezca esa competencia en la cual se reconoce la valía de unos con respecto a otros de acuerdo a las necesidades de las instituciones o las personas en turno en el poder.

Es inútil tratar de evitar esto e igual de imposible es desconocer la relación estímulo-respuesta que se da en todo proceso educativo y en todas las etapas de la vida. El trabajo colaborativo en el estricto sentido de la palabra, requiere de un líder, de una persona con intereses bien definidos por permanecer en el nivel o mejorar en cuanto a calidad, imprimiéndole su sello personal, pues si no se tiene el mismo interés o la capacidad para lograrlo, irremisiblemente conducirá al fracaso la “nave” que le fue encomendada. Este líder debe sacrificar sus propios intereses en aras de un bien común.

La calidad en el servicio se refiere a la manera en que se atenderá al “cliente” que, en nuestro caso, es toda persona que requiera de información y nuestro servicio para el cual nos preparamos, es decir, la educación de los niños (en caso de primarias y preescolar) y jóvenes, siendo ellos nuestros “clientes” principales y, en segundo lugar pero igual de importantes, los padres de familia, además de todas aquellas personas que acudan a la institución educativa. Todos deben recibir por parte de nosotros un buen servicio, un servicio de calidad.

Se debe entender que, si la atención que damos es deficiente o no es agradable para esas personas, poco a poco iremos perdiendo la confianza que, tal vez batallamos para lograr afianzar y que nos permite captar una buena cantidad de alumnos, es decir, que estemos en sus preferencias con respecto a otras escuelas, las que, sin proponérselo, son nuestros principales competidores y, esto es lo que nos debe preocupar, es por lo que debemos mejorar día a día, pues no podemos soslayar el hecho de que el “barco” en que nos encontramos puede entrar en una tempestad que nos haga zozobrar, que empiece a dar tumbos y, que sin una buena dirigencia y sin una meta común, naufragaríamos teniendo que tomar cualquier trozo de madera que nos hiciera salvar nuestra vida (como está sucediendo con algunas escuelas).

Depende de nosotros los maestros hasta donde podamos llegar, somos el eje principal de esta carrera tan difícil, somos los “especialistas”, los profesionales, los que nos preparamos para ser líderes de muchachos quienes nos necesitan y además somos su apoyo y dirigentes, los que podemos influir en ellos para tratar de convertirlos en personas con capacidad para vivir una vida digna, tranquila y feliz desarrollándole competencias para tal fin. Ellos deben ver en su entorno que existen personas firmes, decididas a hacer que lleguen a buen puerto, que logren la meta, meta que ellos mismos desconocen pero que nosotros los maestros sabemos que tenemos para ellos.

Así de importante es nuestro trabajo, así de importantes somos todos los que de una forma u otra nos dedicamos al ramo de la educación, por eso, debemos intercambiar nuestros intereses personales por intereses más generales y, a veces, hasta utópicos, por los de “ellos”, nuestra materia prima, nuestra razón de ser como maestros, nuestro sustento, nuestra seguridad…nuestros alumnos.

El edificio dentro del cual se desarrolla el proceso educativo es importante, pero más lo es la actitud de quienes nos encontramos en su interior. El respeto, la alegría, responsabilidad, el amor que mostremos, la dedicación que pongamos, se verán reflejados e irradiados hacia los demás, harán que la comunidad nos reconozca más, nos acepte más, nos tome en cuenta para educar a sus hijos, confíe en nosotros y sigamos viviendo como institución.

La calidad humana es-o debe ser- la característica primordial en nuestra labor porque en ella descansan las expectativas de quienes nos prefieren.

Es una buena medida y habla bien de él, que el líder pueda compartir responsabilidades y delegar funciones (esto es trabajo colaborativo), ya que entre todos se facilita la conducción de la empresa, pero, es lógico que para lograrlo se tenga que reconocer la capacidad de aquellos en quienes se confíen dichas funciones. Saber si se tiene el perfil y ubicarlo en donde pueda ser capaz de cumplir con las metas eficientemente, pues querer cargar con todo una sola persona, constituye un peso imposible de soportar.

Es muy necesario también que el personal esté consciente de la importancia de su misión al seno de la institución, pues cada uno de los que la integran tiene que cubrir un aspecto específico sabiendo que si no se cumple cabalmente con él, perjudicará de alguna manera el buen funcionamiento, así pues, resulta tan importante el secretario como el trabajador manual, el prefecto, el maestro o el directivo, cada uno en su propio desempeño. Ninguno es más (ni menos) que el otro.

El principio de autoridad se obtiene cuando los demás nos reconocen esa autoridad, por eso encontramos intendentes a los que maestros y alumnos respetamos y obedecemos; no se logra en base a gritos ni actitudes prepotentes, sino con respeto mutuo, con amabilidad expresa, con empatía, con simpatía visible. Todos los que trabajamos en una institución educativa somos líderes, pues interactuamos con personas. Si logramos que nos reconozcan este principio, tendremos en nuestras manos a quienes nos rodean o dependen de nosotros.

La calidad requiere del cumplimiento de las responsabilidades pues elevar la calidad nos lleva a entregar aún más. No debería ser posible que la forma de actuar de una sola persona influya en el comportamiento de quienes la rodean, esto se da por la falta de creatividad, iniciativa, entrega y responsabilidad de sus seguidores. Mientras haya trabajadores que cumplan con estas características, la escuela se convertirá en un centro de desarrollo de habilidades de los alumnos y, por consiguiente, nos convertiremos, los trabajadores de la educación, en personas reconocidas por la sociedad, pues el apostolado que se dice se ha perdido, lo valorará nuevamente esa misma sociedad.

No es necesaria la presencia de un Sindicato cuando se cumple, ya no existen los directivos autoritarios porque también dejaron de existir los empleados sumisos, porque la educación misma nos ha abierto los ojos con el fin de exigir respeto por cada uno de nosotros, ya que, de no tenerlo por parte de las autoridades, sabemos que podemos unirnos para hacer que se nos respete, a la buena o mediante acciones que de una forma u otra perjudiquen a quienes nos están ofendiendo; sin embargo, hay quienes necesitan de la existencia de este tipo de organizaciones, unos por ser verdaderamente acosados, maltratados u objeto de injusticias y otros porque no cumplen con sus labores adecuadamente y entonces, se ven en la imperiosa necesidad de encontrar protectores y, los encuentran en el SINDICATO cuando éste es solapador y consecuente con esas actitudes. Es todavía más frustrante cuando, además de sobreproteger a la persona y apoyarlo en su falta de ética profesional evitándole sanciones, lo premia otorgándole puestos u horas clase que tienen más merecidos quienes realizan su labor profesional con vocación, eficiencia, entrega, respeto y amor.

La Calidad en nuestro trabajo la podremos lograr únicamente si tenemos calidad como personas pues nadie puede dar lo que no tiene.

San Pedro de las Colonias, Coah., a 11 de noviembre de 2009.

Profr. Armando Nicolás Moreno Herrera

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